Hace unos días me pararon en el control del aeropuerto de Stansted (cerca de Londres) por culpa de una botella de agua que se me olvidó sacar de la mochila. Cuando la empleada de seguridad del aeropuerto registró mi mochila, el agua se convirtió en algo anecdótico cuando encontró mi cargador casero para el iPod (mi «Minty Boost«).
Tras las primeras preguntas típicas (¿Esto qué es? ¿Para qué sirve?…) yo ya me temía lo peor. Ya ha habido otras muestras de amor entre el Minty Boost y diversos cuerpos de seguridad aeroportuaria. La siguiente pregunta creo que fue la crucial: «¿Lo has hecho tu?». Por suerte tuve algo de reflejos y contesté que no, que era un kit comercial. Una mentirijilla que me salvó un poco.
Después pasaron mi Minty Boost por el detector de explosivos, otra vez por rayos y la empleada de seguridad consultó con unos 7 compañeros. Finalmente, consultó al supervisor, que me volvió a preguntar qué era aquello, para qué servía, etc. Su reacción me sorprendió gratamente: ponía cara como de «pues qué chorrada, si tiene para poner pilas» o de «pero si no hay explosivos por ninguna parte, ¿cuál es el problema?». Después de preguntar a la chica que nos paró si por lo demás tenía alguna duda con el pasajero y que le contestara que no, me dejaron ir.
A diferencia de lo que hubiera pasado en Estados Unidos, no tuve que dejarlo atrás, discutir con un agente del TSA ni intentar explicar fundamentos de electrónica, capacitadores o reguladores de voltaje.
He de decir que el personal fue en todo momento educado y paciente. En ningún momento me sentí amenazado, como cuando he pasado controles similares en Filadelfia, donde el personal es seco y cortante (cuando no directamente borde).
A raíz de esto, leía en microsiervos al día siguiente de que me pasara esto que El Parlamento Europeo pide el fin de las restricciones para llevar líquidos en los aviones. Por fin algo de cordura en este mundo!